Estábamos leyendo una revista y aparece M.A Baracus vendiéndonos una panificadora. Si, el hombre que nos tenia cautivadas con sus habilidades manuales, el hombre que montaba un blindaje para la furgoneta en un minuto o se fabricaba bombas de humo con tres ingredientes, con la utilidad que tiene eso, estaba vendiéndome una máquina para hacer pan. Bueno, no a mí, sino a él, que se lo tomo de forma personal. Me cogió de la mano y me llevó a la cocina. Hablaba de la profesión de panadero, de las horas de trabajo, del arte de la cocina mientras, iba abriendo armarios y sacando tarros, ingredientes, el peso… Iba a enseñarme lo que es hacer pan. Bueno, abrí dos cervezas más y me resigné a verle hacer pan a las 3 de la mañana.
Hace años que decidió irse a vivir fuera de la ciudad, se compró una casa que ha ido arreglando a base de esfuerzo, horas de trabajo y ayuda de amigos y gente del pueblo. Supongo que con la intención de huir de la vida dirigida, de las estrategias diseñadas, del control. Destruir para construir, desaprender para aprender. Aprender a querer de otra manera, no buscar lo que estamos programados para buscar. Es una opción valiente, difícil, pero cuya recompensa va más allá de los premios de una vida relativamente convencional. Poner un tejado se convierte en una fiesta, que funcione la luz es casi sobrenatural y que alguien te dedique una caricia sin querer adueñarse de tu corazón es mágico.
Se movía por la cocina con soltura, era grande, con una encimera enorme de mármol blanco sobre la que iba dejando los ingredientes. Primero harina, medio kilo. La volcó sobre la encimera y dibujo un corazón con ella a la vez que me plantaba un beso. El corazón, paso a ser volcán. En el borde de su cráter el azúcar, la sal y la margarina. La calefacción estaba alta, había encendido el horno y yo me quite el jersey. Me acerqué y le besé, redondo, con toda la lengua buscando la suya. Me sujeto de la cabeza y me correspondió el beso, pero él ya estaba a lo suyo, que era rellenar el cráter con levadura y agua. Hizo desaparecer el líquido dentro del volcán y comenzó a amasarlo. Sus manos se movían a la velocidad justa, apretando la masa, estrujándola entre los dedos. Me vino un relámpago de la cantidad de veces que sus manos habían estado en mi cuerpo, en mis piernas, estrujándolas, rozándome, dándome placer a la velocidad justa. El calor se estaba apoderando de mi. Me gusta mirarle mientras hace las cosas que se le dan bien. En la cocina, en la cama o en el andamio. Me hizo un gesto para que me pusiera entre él y la encimera. Hazlo tú.Me encendió su voz. Me coloque donde me dijo y metí las manos entre la masa. Cogí las suyas para despegarle lo que había quedado entre sus dedos. Cuidadosamente, recorriendo cada dedo fui separando lo que quedaba.
Su pecho estaba pegado a mi espalda y el movimiento de amasar hacía que mi cuerpo se moviera de atrás a adelante, llevándome el suyo conmigo. Esa cadencia se reflejo en su polla, que se apretaba contra mi culo. Notaba como se despertaba. Siguió añadiendo agua mientras yo amasaba, estiraba y volvía a unir la masa. Giré la cabeza para besarle. Nos besábamos sin dejar que nuestras manos se separaran del pan. ¿Seríamos capaces de hacer pan? Como pudo me bajo el chándal que yo me quite haciendo filigranas con las piernas. El roce de su cuerpo en mi piel desnuda me puso muy cachona. Su cadera forzaba a la mía a echarse hacia delante, clavándome la encimera en la tripa. Su polla dura se apretaba contra mi culo y su aliento me humedecía el cuello y el coño. Estábamos desatados, cuerpo contra cuerpo, mano contra mano pero sin que estas pudieran acariciar. Quizás eso, que nuestras manos estuvieran ocupadas y pringosas, nos daba para sentir con todo lo demás, con las piernas, con el culo, con la espalda. Me aparto las manos para hacer una bola con la masa, sus movimientos fuertes hacían que entre sus brazos me balancearan de un lado a otro.
Me agache para desabrocharle el lazo del pantalón con los dientes, note la inmensidad de su polla con los labios, estaba dura, agarre de un cabo y estire, los pantalones cayeron y su polla se presento ante mi rosa y erecta. Una gota resbalaba y mi lengua la quiso retener. Él en la encimera se afanaba con algo y yo me afanaba con su polla. Sin manos, intentando manejarla con la lengua. Aprisionándola con los labios, lamiéndola. Me la metía entera en la boca y la acariciaba con la lengua. Sus gemidos eran profundos y a mi eso me estaba provocando. Me empeñaba en que disfrutara, como yo estaba disfrutando de tenerlo mío. Le oía susurrar cosas, que hubiera apostado que era alguna de Mikel Laboa, sino fuera porque en más de una ocasión entendí Lola. Mi boca abarcaba su polla, sus huevos. No puede más y le agarre el culo, le clave las uñas, el gemía, casi gritaba, mis manos se deslizaban por sus muslos y volvían a subir abriéndole el culo, amasándolo como antes lo había hecho con la masa. Un dedo se abrió paso hasta encontrar su agujero y se introdujo en el, acompañando los movimientos de mi boca con los del dedo y su cadera moviéndose de atrás a adelante, parecíamos una maquina de precisión. Una maquina de placer.
Hay que esperar a que repose la masa, te quiero follar.
Me levante, y en la misma posición que cuando amasaba me penetró. Una oleada de placer me recorrió el cuerpo. Se movía rápido, gemía en mi oído, me amasaba las tetas por encima de la camiseta. Cogió el aceite de oliva de la encimera y derramó unas gotas en mi culo, su mano se movía trazando círculos en él. El placer me estaba desbordando. Su polla entraba y salía. Una mano me abría el culo y la otra me sujetaba de la cadera, haciéndome llevar el ritmo adecuado, el ritmo que necesitábamos para hacer que ese instante fuera eterno. Me sentía muy perra, le pedí que me follara ya por detrás, que lo necesitaba. No se lo pensó. Me rompió el culo. El dolor dio paso al placer. Mis gemidos se convirtieron en gritos, me estaba matando, me estaba muriendo de gusto. Su palma se apoyo en mi cabeza y la forzó hasta que mi mejilla quedó en contacto con la encimera. Un terremoto sacudió mi cuerpo. Me recorrió de arriba a abajo. Un alarido, uno sólo fue todo lo que salió por mi boca, rendido se corrió dentro de mí. Dolorida me dejé caer en el suelo. Silencio. Estar con él es una aventura, follar con él es una aventura. Él es una aventura.