En realidad el viaje en avión fue una mierda. Salí de casa con unos shorts, taconazo y una camisa, abotonada a la espalda de muselina blanca, que dejaban intuir mis pezones erguidos. Los llevaba así desde que decidí ir a visitar a mi hombre. Alguien al que había conocido por casualidad y al que todavía no había visto en persona. No era el atuendo mas cómodo para viajar, lo reconozco, pero si era el mas adecuado para causar una buena y caliente primera impresión al hombre que me esperaba.
Al hombre que me esperaba, y a casi todos los que tuvieran ojos. De camino al aeropuerto me di cuenta que llamaba la atención, y eso me excitaba mucho. Sentir las miradas que se clavaban en mi culo, notar mis tetas saltar libres a cada paso, me hacia sentir sexy. Sabía que le iba a gustar y eso me hacía poderosa.
Pero las tres horas de avión fueron horribles Mi asiento estaba pegado al de un señor mayor, de unos 50 años mal llevados. Uno de esos gordos sudorosos con pinta de vendedor de seguros. De pelo grasiento, cara grasienta…todo grasiento. Con unas manos enormes y gordas que no hacían más que que sacudirse la camisa para ver si así calmaba el calor de dentro del avión. Hacia tanto calor que la parte de mi cuerpo que quedaba libre de la ropa, es decir, mucha, se me pegaba a los asientos. El tanga estaba absolutamente mojado, debido al sudor, pero sobre todo debido al placer adelantado de que me producía conocer a mi desconocido. Esa excitación que me había tenido toda la noche en vela, tocándome como si fuera él quien me tocaba, follándome como si el plástico de mis juguetes fuera su polla.
No se cuando empezó todo, supongo que me quede dormida, tras tomarme varios whiskis que la guapísima azafata se había encargado de traerme y que el vendedor de seguros, a pesar de no haber hablado con el, había insistido en pagar.
No se cuando empezó, pero note su mano sudorosa en mi pierna, yo, imaginando que era la de mi mallorquín le deje hacer, me susurraba no se que al oído con esa voz pastosa que tienen los vendedores de seguros, me separo las piernas y empezó a acariciármelas, cada caricia abarcaba mas arriba, cara caricia apretaba mas. Yo ya no podía decir no, había entrado en ese punto de no retorno en el que pierdo totalmente la noción de lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo digno y lo no.
Los susurros se volvieron órdenes, la mano se deslizo entre mis shorts apartando el tanga y cubriendo mi vulva hinchada de deseo. Sin mucha delicadeza hundió sus dedos en mi sexo, rozando mi clítoris bruscamente, tan brusco, que cada vez que lo hacia yo me retorcía, no se si de dolor o de placer, o las dos cosas. Con su mano libre sujeto la mía y la atrajo hacia sus pantalones, que ya estaban desabrochados. Comencé a masturbarlo, notando claramente el recorrido de su vena. Notando que cada vez estaba más excitado. Aceleró el ritmo de bombeo en mi coño, todo el dolor había desaparecido y solo quedaba placer, un placer que yo intentaba que no se me escapara por los labios, pero cuando llego la oleada de espasmos fue imposible mantener la boca cerrada y salieron de ella unos jadeos que mi vendedor imito, llenándome las manos de su semen pegajoso.
Indignadísima por haberme obligado a hacer aquello, le di una bofetada y me coloque la ropa. El, con una media sonrisa, me miro de reojo y siguió leyendo la revista.
Durante el resto del viaje solo pensé en lo que me esperaba aquel fin de semana…
Al hombre que me esperaba, y a casi todos los que tuvieran ojos. De camino al aeropuerto me di cuenta que llamaba la atención, y eso me excitaba mucho. Sentir las miradas que se clavaban en mi culo, notar mis tetas saltar libres a cada paso, me hacia sentir sexy. Sabía que le iba a gustar y eso me hacía poderosa.
Pero las tres horas de avión fueron horribles Mi asiento estaba pegado al de un señor mayor, de unos 50 años mal llevados. Uno de esos gordos sudorosos con pinta de vendedor de seguros. De pelo grasiento, cara grasienta…todo grasiento. Con unas manos enormes y gordas que no hacían más que que sacudirse la camisa para ver si así calmaba el calor de dentro del avión. Hacia tanto calor que la parte de mi cuerpo que quedaba libre de la ropa, es decir, mucha, se me pegaba a los asientos. El tanga estaba absolutamente mojado, debido al sudor, pero sobre todo debido al placer adelantado de que me producía conocer a mi desconocido. Esa excitación que me había tenido toda la noche en vela, tocándome como si fuera él quien me tocaba, follándome como si el plástico de mis juguetes fuera su polla.
No se cuando empezó todo, supongo que me quede dormida, tras tomarme varios whiskis que la guapísima azafata se había encargado de traerme y que el vendedor de seguros, a pesar de no haber hablado con el, había insistido en pagar.
No se cuando empezó, pero note su mano sudorosa en mi pierna, yo, imaginando que era la de mi mallorquín le deje hacer, me susurraba no se que al oído con esa voz pastosa que tienen los vendedores de seguros, me separo las piernas y empezó a acariciármelas, cada caricia abarcaba mas arriba, cara caricia apretaba mas. Yo ya no podía decir no, había entrado en ese punto de no retorno en el que pierdo totalmente la noción de lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo digno y lo no.
Los susurros se volvieron órdenes, la mano se deslizo entre mis shorts apartando el tanga y cubriendo mi vulva hinchada de deseo. Sin mucha delicadeza hundió sus dedos en mi sexo, rozando mi clítoris bruscamente, tan brusco, que cada vez que lo hacia yo me retorcía, no se si de dolor o de placer, o las dos cosas. Con su mano libre sujeto la mía y la atrajo hacia sus pantalones, que ya estaban desabrochados. Comencé a masturbarlo, notando claramente el recorrido de su vena. Notando que cada vez estaba más excitado. Aceleró el ritmo de bombeo en mi coño, todo el dolor había desaparecido y solo quedaba placer, un placer que yo intentaba que no se me escapara por los labios, pero cuando llego la oleada de espasmos fue imposible mantener la boca cerrada y salieron de ella unos jadeos que mi vendedor imito, llenándome las manos de su semen pegajoso.
Indignadísima por haberme obligado a hacer aquello, le di una bofetada y me coloque la ropa. El, con una media sonrisa, me miro de reojo y siguió leyendo la revista.
Durante el resto del viaje solo pensé en lo que me esperaba aquel fin de semana…
3 comentarios:
Siempre he soñando con encuentros furtivos y nunca me he atrevido. Esperaré pacientemente a encontrarme a una gatita como Lola y me lanzaré sin complejos. Espero que salga bién y no acabe en el calabozo, lo tendría bien merecido.
Quién se la cruzara en un avión! Maravilloso, deseando leer el próximo post... logrará llegar a ver a su chico???? Menudo viejecito eh!
vlad.lujuria...atrevete y ten arte, creo que asi evitaras el calabozo...solo es un consejo. un beso pa ti.
santi...habra que esperar...un beso
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