martes, 20 de abril de 2010

Metamorfosis II

- Eres una puta. Al final, eres una puta, no lo olvides. Te hemos acogido, te hemos dado de comer, te hemos alejado de la calle, pero sigues siendo una puta. No lo olvides nunca. Así que no te quejes ahora.

Puta. Puta. Puta. Esas palabras le retumbaban en la cabeza. Las risas del obispo, sus pantalones bajados, se repetían en sus retinas. Claro que soy una puta, lo soy porque me lo puedo permitir. Lo soy porque me da la gana. Lo soy porque está bien. Lo soy y él no puede juzgarme. Lo soy porque me gano la vida así, antes en la calle lo hacía por dinero, ahora lo hago para disfrutar de cama limpia, de mañanas en el huerto, de comida todos los días.

Los últimos meses habían supuesto un cambio en su actitud. Había pasado de compadecerse de si misma, de tener miedo a saber aprovecharse de la situación. Había leído a hurtadillas unos folios de Armand Emilie que se encontró en la basura y de repente había aclarado su situación, consigo misma, con Él y con su cuerpo. La lectura no tenía mucha relación con su situación, pero algo hizo clic dentro de ella. Algo que yo me atrevería a llamar libertad, libertad de pensar. Algo que allí donde estaba, presa de espíritu, le impedían hacer.

Ese clic se reflejó en todo, que es poco, pero que para ella era mucho. Ahora disfrutaba sin tapujos del jardinero, sin miedo a perderlo, importándole sólo su propio placer y no lo que él pensara de ella, incluso se fumaba un Ducados después de poseerlo. La madre superiora ya conocía los orgasmos, ella se había encargado de provocárselos, donde antes había oscuridad y castigo, donde antes había ama y esclava ahora había perversión, ama y esclava también, pero con esa libertad que solo las relaciones de sumisión pueden provocar. Los papeles habían cambiado, o mejor, los papeles cambiaban continuamente.

Pero esto, esto no lo podía tolerar, un hombre nunca más la iba a hacer sentir pequeñita. La rabia se iba apoderando de ella, pero no por estar chupándosela a un cura, que eso era lo de menos. Chupar se le daba bien. Le jodía que le hablaran así, con ese desprecio. Con esa superioridad. Ella se sentía superior, ella era superior, lo tenía agarrado por los huevos, ella tenía en su boca el bien más preciado del obispo.

- -Zorra, chupa chupa, tu eres de las que iran al infierno, no tiene solución, no hay nada que hacer contigo maldita zorra. La chupas como nadie y eso es para acabar en el infierno. ¿Qué haces puta?

Una hostia - consagrada – se oyó en la habitación. A la que ella respondió riéndose.

- Meterte el dedo en el culo, ¿es lo que te gusta no?

Estaba sacándose el cinturón del pantalón, mientras ella se acercaba otra vez a su polla. Al empezar a besarle los muslos, dejo caer los brazos a un lado. El cinturón seguía ahí, y ella no estaba dispuesta a que ese cabrón este la hinchara a palos otra vez.

- ¡Que cojones! – pensó – ahora o nunca.

Y sus dientes apretaron de tal manera la polla del cura que este empezó a gritar y a culear para zafarse. No serian más que unos segundos los que ella estuvo mordiendo su polla antes de que un empujón la tirara hacia atrás, llevándose consigo parte de la piel de sus nobles partes. Él no dejaba de gritar, de insultarla. Apoyado en la mesa barroca se sujetaba la entrepierna, la miraba, le insultaba. Lloriqueaba.

Zas! Un cinturonazo le recordó que ella seguía en la habitación y que además estaba enfadada. Tan enfadada como solo puede estar una mujer, que fue puta por necesidad y monja por convicción y que se había dado cuenta que hay que ser puta por convicción y monja por necesidad. Zas! El señor obispo no entendía que estaba pasando. Zas! En toda la boca Zas! Sus insultos ya no lo eran, ahora eran suplicas, lloros. Zas! Zas! Zas! Ella no decía nada, solo le miraba. Él se agarraba el pecho y gritaba –infarto, me esta dando un infarto - . Zas! Zas! Zas! Ella no decía nada, sólo le miraba y se apartaba las salpicaduras de sangre que volaban hasta su cara. Zas! Bueno, bueno, un infarto, sisi Zas! Zas! Ya no vociferaba, ni lloraba, ya no se movía o estaba inconsciente o estaba…bueno. A otra cosa, mariposa.

Tenía un par de cosas que hacer. Una media sonrisa se le dibujo cuando por fin abrió la caja que había sobre el escritorio y vio que contenía puros y un mechero. Que inocente! Je. Sabía que esa caja era importante. Sabía que esa caja no solo contenía puros. Lo sabía, porque un día, al intentar abrirla se había ganado una buena paliza y unos puros no merecían semejante tunda. Sentada en la silla del señor cura, con el hábito manchado de sangre y con un Habanos en la boca se sentía importante. Era importante, tenía al obispo tumbado inconsciente a sus pies. Rebuscando en la caja, encontró un doble fondo. Contenía un llave, que ella sabía donde encajaba y tres grandes fajos de billetes de 500€, que sabía en qué iba a utilizar.

Relajada, con el olor a puro inundándolo todo, aparto el cuadro de detrás del escritorio y abrió la caja fuerte. Sabía lo que iba a encontrar, su pasaporte a la justicia divina. Un ronroneo del cura provoco una sonrisa en ella, Zas! - chst, calla, mejor que estés vivo, no me obligues… - Sacó la caja de metal, la coloco sobre el escritorio, la abrió y una felicidad inmensa se apodero de ella al ver las fotos –vaya gatito estas hecho, ¿estas despierto? esto se viene conmigo-. Pero la sorpresa fue mayúscula al encontrar algo de lencería masculina, un bragatanga rosa de puntillas y una especie de camiseta de Hello Kitty, de su talla indudablemente. Se reía muy fuerte, lo miraba y se reía, cómo podía ser tan estúpido.

- Veo que estas bien, que no necesitas un medico por ahora, si fueras al médico y te preguntan por los golpes te inventas algo, me da igual el que, pero yo no salgo en esa conversación. Yo me marcho, no me vuelves a ver, pero como alguien, alguna vez me busque, volveré y te joderé. Si me pasa algo, todas estas fotos estarán preparadas para ser enviadas a los medios de comunicación y tu estarás muy acabado ¿Has entendido?

- ¡¿Pero que estas diciendo puta loca?! Soy el obispo, obispo – remarcaba, casi escupiendo las palabras-En cuanto salgas por esa puerta te vas a cagar ¿Me oyes?

- Si, te oigo. Pero no creo que los políticos de tus fotos piensen lo mismo que tu, eres el último mono y no dudaran en acabar contigo para guardar sus espaldas. Y ya sabemos como se las traen últimamente estos corruptos ¿no?

Estaba segura, definitivamente le había convencido, las maneras corruptas de esta clase política son conocidas por todos y es sabido que pueden hacer cualquier cosa para que según que información no vea la luz. Y a ella, aunque no le hubiera importado mancharse las manos de sangre, le parecía que era mayor tortura para él pensar que en cualquier momento su vida podía acabar, le parecía divertido que el señor obispo viviera con la incertidumbre de si su línea directa con Dios iba a acabar.

- Asúmelo, mi situación es buena; mujer, blanca, cuarenta y tantos, soy invisible para el resto del mundo. Saldré por esa puerta y seré una solitaria más. Una recién divorciada mas. Te estoy dando una oportunidad o la tomas o …adiós – se reía, se reía mucho.

- Hija de puta.

- Vale, entonces conforme. Pero vas a hacer una cosa mas por mi. Quiero verte vestido para mi como lo haceis en vuestras fiestitas. Así que ale! Que Hello Kitty te espera.

- Ni hablar.

- Hombre que no. Te digo yo que si – cogió el teléfono móvil del señor cura y empezó a decir nombres de la agenda en voz alta, la cara del señor obispo cambió al escuchar uno.

- Vamos a decirle a este que tengo unas fotos suyas muy pícaras a ver que le parece.

- Esta bien, haré lo que me digas, pero marchate, no quiero volver a verte.

- Bueno, bueno, tu vístete que aquí los planes los hago yo.

No le daba ninguna pena, ver a un autoritario hombre en esa situación de debilidad. Le hacía gracia ver como se levantaba del suelo con su pollita colgando ensangrentada, quitándose los pantalones para ponerse un tanga rosa. Bajaba la mirada. –Mírame ¿no te da vergüenza andar dando sermones? – Los lagrimones corrían por sus mejillas y hacía un ruidito al intentar aspirar los mocos ensangrantados. –Sonríe, he dicho que sonrias coño– Le hizo unas cuantas fotos. Esto le estaba resultando realmente divertido, pero no quería quedarse más. Cogió el dinero, las fotos y la ropa del señor cura. Tenía que irse a ver el mar. Pensó en el jardinero, en su moto, en el paquete de Ducados del bolsillo izquierdo de la chupa. Esa sería su salida.

Atravesó el jardín. Unos cuantos golpes en la puerta después apareció el jardinero.

- ¿Qué te ha pasado? ¿Qué estás haciendo con esa ropa?¿Qué… -

- Dame tu moto y tu chupa, te las devolveré, tu nos la necesitas, quiero ver el mar. – pero sobre todo quería fumarse un Ducados.

- Voy contigo.

- No – había dos maneras de hacer las cosas; bien o a hostias.

- Vale

No necesitó mucho más, le conmovió que el jardinero no necesitará explicaciones, estaba dispuesta a todo por la moto y un Ducados. Se sorprendió a si misma besando los labios del jardinero y diciendo adiós sin volver la mirada. Camino de la moto encendió un cigarro, la primera calada le recordó al sabor del jardinero, cerró los ojos y emprendió la marcha.

La brisa la mecía. Estaba lejos, había llegado al aeropuerto, comprado un billete y viajado más de 28 horas en avión, tren y 4x4. Por fin estaba en mitad del desierto. 28 horas después de dejar la moto aparcada y mandarle un sms al jardinero con la ubicación, por fin lo tenía delante suya. Era lo más parecido a Dios que conocía. Se desnudó completamente, no quería que nada se interpusiera entre ella y lo demás, necesitaba sentir en cada poro de su piel la paz del momento. Dunas a izquierda y mar a la derecha. Las olas rompiendo el silencio, el silencio apabullante. Solo estrellas, ni un rayo de luna le indicaban el camino, pero su intuición la guió y así, desnuda, se acerco hasta la orilla, estaba nerviosa por sentirlo, se acordó de su madre y de una nana que le cantaba. La primera ola que le mojo el tobillo la embargo de felicidad, la completó, como si faltará un poco de agua salada para entenderlo todo y lloro, lloro un mar, lloro sola, desnuda, sentada en la orilla en mitad del desierto. África.

martes, 13 de abril de 2010

Animal

No me tengas miedo. Yo te enseñaré. Te enseñare a que me folles como lo hizo él tocado por la mano de los Dioses. Me tocó como Albeniz o Yngwie tocan su guitarra. No puede ser que dos personas desconocidas se toquen así, se muevan así. No puede ser que un desconocido saque lo mas perro que llevo dentro. No puede ser que se la chupe, arrodillada, en la puerta del baño comunal de la pensión, con la camisa desabrochada y el sujetador en la cintura.

No puede ser que me meta en la habitación y me ponga a cuatro patas, me folle la boca, golpee su miembro contra mi carrillo haciéndome perder los papeles. Haciéndome pedirle más. Me deje así, a cuatro patas paseándose a mí alrededor, rozándome con un dedo la espalda, un dedo que resbala por mi cuerpo viajando hasta la entrepierna ahogada entre fluidos. No puede ser que el dedo de un desconocido se meta en mi culo con esa facilidad pasmosa sin haberme siquiera rozado el clítoris. No puede ser que me llene la oreja de babas para decirme menea el culo y que yo lo haga. No puede ser que yo este desnuda y el vestido. No me imaginaba que una vacía conversación acabara en esto.

No puede ser que me tumbe boca arriba en el suelo y se acople formando un 69 perfecto, que su lengua me chupe al ritmo perfecto y sus manos estén en el punto perfecto. Se levanta, me levanta. No puede ser que este totalmente anulada a sus deseos. No puede ser que confíe en todo lo que hace. No puede ser que todo lo que hace sea todo lo que necesito. Me besa todavía con hilos de mis jugos en su barba, los saboreo. De su boca saben a Lola y cerveza. Me muestra ante el espejo de la pensión cutre. Esta detrás. Mete los dedos en mi coño. Me miro en el espejo. Perra. Me veo perra. Le veo cabrón. Su mano en mi coño, la mía pajeándole. La otra me agarra del pelo, echando la cabeza hacia atrás tiene el cuello a su disposición, veo de reojo como se mira en el espejo mientras me lo chupa.

No puede ser que sepa cuando me voy a correr y pare en ese mismo instante. Tengo los muslos empapados, pero no me deja correrme. Me apoyo en el lavabo que hay debajo del espejo. Veo su cara de cabrón reflejada. Su mano en mi pelo tirando para atrás. Su cadera empujando. Cada vez tira más hacia atrás del pelo y cada vez me gusta más. Cada vez estoy más perra, cada vez me corro más fuerte. Enciendo el grifo, necesito refrescarme la cara, beber un poco. No puede ser que no me deje. No puede ser que me lo beba a él. Su polla en mi boca, sus manos en mi cabeza no me dejan apartarme, una arcada me viene, un orgasmo le viene. Abre la boca. Su jugo chorrea por mi cara, su mano sigue pajeándose hasta que las últimas gotas caen sobre mí. No puede ser. No le tengas miedo. Yo te enseñaré.

lunes, 5 de abril de 2010

Contra la pared

Y no hablo de la peli. Hablo de la pasión de pie. De la sorpresa de encontrarte. De la taquicardia al entenderte. De nuestros cuerpos queriéndose tocar. De nuestras manos ansiosas por desnudar. De nuestras bocas explorándonos. Del gotéele en la espalda. Del tirón de pelo. De tu polla en mi coño. De mi orgasmo loco. De tu semen bravo. De mi rímel corrido. De tu frente perlada. De la gente esperándome. De volver a encontrarte.